Su liderazgo de la Iglesia Católica en los últimos doce años ha sido ejemplar. Su sencillez, humildad y profunda compasión han atraído a muchos al mensaje evangélico que compartió a través de sus enseñanzas y su vida como constructor de puentes entre religiones, voz de los sin voz y defensor incansable de la dignidad de cada persona y de la sanación de nuestra casa común.
Su vida resuena con fuerza en el triple compromiso que encarna el carisma de Sion: “con la Iglesia, con el pueblo judío y con el mundo, para que llegue a ser un mundo de paz, de justicia, y de amor”.
El Papa Francisco amplió el compromiso de la Iglesia con el diálogo más allá de sus fronteras. Se comprometió abiertamente con otras tradiciones religiosas, tendiendo la mano de la amistad y el respeto a judíos, musulmanes y otras comunidades religiosas y condenando el antisemitismo.
En Fratelli Tutti, el Papa Francisco escribió:
“Acercarse, expresarse, escucharse, mirarse, conocerse, tratar de comprenderse, buscar puntos de contacto, todo eso se resume en el verbo ‘dialogar’. Para encontrarnos y ayudarnos mutuamente necesitamos dialogar”.
Para Francisco no eran meras palabras; reflejaban su forma de vivir. Concedió gran importancia a la construcción y el mantenimiento de relaciones con judíos, personas de otras confesiones y personas sin afiliación religiosa.
En el mismo párrafo, escribió:
““El diálogo persistente y corajudo no es noticia como los desencuentros y los conflictos, pero ayuda discretamente al mundo a vivir mejor, mucho más de lo que podamos darnos cuenta”.
En la Evangelii Gaudium, Francisco nos lo recordó:
“La Iglesia, que comparte con el Judaísmo una parte importante de las Sagradas Escrituras, considera al pueblo de la Alianza y su fe como una raíz sagrada de la propia identidad cristiana”.
El Papa nos invita a leer las Escrituras que compartimos “juntos y a ayudarnos mutuamente a extraer las riquezas de la Palabra de Dios”. Nos recuerda que “compartimos muchas convicciones éticas y una preocupación común por la justicia y el desarrollo de los pueblos”.
En el Papa Francisco encontramos a un pastor profundamente atento a los signos de los tiempos. Su liderazgo llamó a la Iglesia mundial a una solidaridad más profunda con los pobres y a una reverencia renovada por la creación. Su visión de la ecología integral –un reconocimiento de que el destino de la Tierra está ligado al destino de los marginados– reconfiguró nuestra forma de entender y vivir nuestro compromiso con la justicia social.
En su exhortación apostólica Laudate Deum (2023), escribió con urgencia y claridad:
“El impacto del cambio climático perjudicará de modo creciente las vidas y las familias de muchas personas. Sentiremos sus efectos en los ámbitos de la salud, las fuentes de trabajo, el acceso a los recursos, la vivienda, las migraciones forzadas, etc.”.
Para el Papa Francisco, el cuidado ecológico nunca estuvo separado de la dignidad humana. Desafió a la comunidad mundial, y especialmente a las personas de fe, a enfrentarse a los sistemas que destruyen tanto la tierra como las vidas, y a caminar humildemente con los pobres mientras buscamos nuevas formas de vivir juntos en una relación justa.
En uno de sus discursos del Ángelus de 2015, nos recordó:
“El Evangelio nos llama a ser prójimos de los más pequeños y abandonados, a darles esperanza concreta”.
Estas palabras se hacen eco de nuestra propia misión. Nos enseñó no sólo a servir, sino también a escuchar, a encontrar a Cristo en los marginados y a dejar que ese encuentro transforme nuestros corazones.
El Papa Francisco también se erigió en pacificador mundial en una época de profundas divisiones y guerras. En su mensaje de la Jornada Mundial de la Paz de 2024, proclamó:
“La fraternidad es fundamento y camino para la paz. […] Redescubran, en quien hoy consideran sólo un enemigo al que exterminar, a su hermano, […] vayan al encuentro del otro con el diálogo, el perdón y la reconciliación para reconstruir a su alrededor la justicia, la confianza y la esperanza”.
Estas palabras resuenan con fuerza en el mundo fracturado de hoy, en medio de las guerras en Ucrania, Gaza, Sudán y tantos rincones invisibles de sufrimiento. Sus incesantes llamamientos a favor de un alto el fuego, corredores humanitarios y un diálogo honesto no nacieron de la política, sino de una profunda compasión y convicción en el Evangelio de la paz.
Al recordar al Papa Francisco, verdadero discípulo de Cristo, nos sentimos inspirados por el legado que deja: una Iglesia más abierta al exterior, más misericordiosa, más arraigada en el Evangelio de la justicia. Llevamos adelante su misión con renovada determinación de proteger la Tierra, caminar con los pobres, trabajar por la paz y escuchar más allá de las fronteras de la fe y la cultura.
Que descanse en la paz eterna del Dios al que sirvió tan fielmente. Y que nosotras, en su espíritu, seamos mujeres de compasión, diálogo y comunión.
En el recuerdo y la esperanza,
Las Religiosas de Notre Dame de Sion