Corazón de maestra

por Sor Christiane Marie Formant

Siempre fui una maestra. Desde que sabía leer, quería “hacer escuela”, ¡empezando por mis muñecas!

Un caso de atavismo, quizá, por admiración a mi abuelo, que era maestro. Fue sin duda mi primera vocación.

Durante la guerra mi padre fue hecho prisionero y mi hermana tenía una salud precaria, así que nos tuvimos que trasladar del norte a las montañas de Grenoble, donde mi madre y su hermano dominico (desde entonces ambos nombrados Justos entre las Naciones) salvaron a una quincena de judíos, entre ellos un belga que nos enseñaba: “sécurité oblige…

Educar a la apertura

En 1945, en Grenoble, iba a entrar en 6º curso, pero ¿en qué escuela? La gratuidad de la enseñanza era un imperativo. Así fue como, por casualidad, llegué a Sion, ¡donde sigo! Allí hice todos mis estudios, y luego empecé a enseñar. Y en respuesta a la llamada del Señor, no podía menos que entrar en Sion.

Fui profesora de literatura —lo que abre muchas posibilidades— y de religión. Primero en la escuela Saint-Omer Sion, luego en Auvernia, en la región parisina. Para mí lo importante era educar a la apertura a través de la enseñanza laica. Hacíamos excursiones escolares a galerías de arte relacionadas con el programa, tras las cuales cada alumno creaba un cuaderno de arte… y la sorpresa al volver a la escuela: “¡He visitado tal o cual museo para verlo con mis ojos!”

Confianza en sus propias capacidades

Intenté ayudarles a ganar confianza en sus propias capacidades (las actividades teatrales ayudaron mucho a algunos alumnos), a mostrar respeto por los demás (mis alumnos cambiaban de compañero de pupitre cada mes), a desarrollar el sentido de la responsabilidad y del compartir, y a adquirir un cierto conocimiento de la Biblia con pequeños grupos de reflexión personal.

Mi amor por Israel me empujaba a ayudar a mis alumnos de bachillerato a descubrir este pueblo, su libro y su país, de otra forma que no fuera a través de la palabra escrita. Por eso organicé, numerosos viajes a Israel con jóvenes y adultos (padres, profesores, amigos…). Se trataba de viajes “hechos a medida”, para permitir el descubrimiento del país y el encuentro con diversas personas.

“Al regresar, no éramos como cuando nos fuimos”: eso es lo que siempre me decían después. Era una forma de romper muchos prejuicios, de hacer que la gente quisiera volver, empezar a estudiar la Biblia y, a veces, hebreo.

Al regresar, no éramos como cuando nos fuimos

Mi enseñanza no es sólo académica. Cuando me jubilé, continué con la Biblia y los viajes a Israel con el ITA (Institut théologique d’Auvergne), siempre desde la misma perspectiva y con los mismos resultados.

“A través de las diferentes formas de educación, buscamos cómo transmitir la visión bíblica de la que nosotras mismas tratamos de penetrarnos cada vez más: la dignidad del ser humano, el amor con el cual Dios ama a cada pueblo y a cada persona, en su realización y en su carácter único” (Constituciones NDS núm. 15,4).